miércoles, 30 de enero de 2013

Pequeña reflexión de madrugada

-Te has acostumbrado, querido. Estás ciego. Eres incapaz de ver el brillo del diamante que tienes delante.
-El brillo se apagó, no es mi culpa.

Infelicísima paparrucha. ¿No eres tú, aquel que limpia con esmero sus zapatos nuevos la primera semana, repasa con aprecio la segunda y pule sólo en ocasiones especiales en adelante? ¿podría, en una discusión razonable, atribuírsele el peso de la desgana o la mácula-corpus a esos zapatos que un día decidiste comprar, ya fueran una ganga o un robo? Es tan cierto como ciegos estemos, compañeros. Y es que una frase mal escrita (o mal leída) nos revuelve los más profundos esperpentos. Malestar para novatos. Chivatazo para quien lo vea (y para eso estamos).
Hay personas que de mirar al Sol se quedaron sin vista. Lo subestimaron. Estando tan lejos, ¿cómo puede hacernos nada?. Lamentable error. No os engañéis por el velo que deja la costumbre cada día, acumulándose sobre el de ayer. Si no vemos cada día como el primero, o incluso antes, perdemos la consciencia de la luz MARAVILLOSA que un día nos abrió los ojos. Daos cuenta, que no sea tarde, no dejéis nunca de limpiar vuestros zapatos, ni de pulir vuestras joyas, ni de alabar su sonrisa... no ahoguéis la música que os saca de la cama y os acuesta. Aunque sea por egoísmo o afán de superioridad.

Si no queréis lamentaros un día por no haberlo hecho de otro modo, valorad vuestros zapatos.

-¿ah, sí?
-Quizá... quizá él lo supo ver.

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